2 ene 2010

2010

¡FELIZ AÑO NUEVO PARA TODOS!

27 dic 2009

Monstruos.

Hoy, temprano, un amigo, mientras caminaba por un bosquecito olvidado, se topó (casi la pisa) con una serpiente de mediano tamaño y tonalidades grises. Se asustó; pero, sin embargo, terminó matándola con un palo. Le destrozó la cabeza. Hace rato, ya de noche, apareció una araña bastante grande, cerca de mis pies, mientras esperábamos varios a que mi hermano hiciera un asado. Esta vez fue mi primo: aterrorizado, la aplastó con su pie derecho. Tales criaturas salen tal vez a causa de la lluvia. Había llovido a la madrugada. Tuvieron la desafortunada suerte de ser descubiertas por un fóbico a las serpientes y otro a las arañas. La lluvia saca a la luz a los hijos menos populares de la naturaleza y los expone. Los entrega al afuera. Ese afuera o entorno es lo realmente peligroso. No sus formas atemorizantes o el mítico veneno tras la picadura arácnida u ofídica. Confundidas, lejos de su húmedo y oscuro escondite, el cielo como techo implica una amenaza. Algunos de estos hijos logran volver a ocultarse, otros terminan así, destrozados por un palo o aplastados bajo el pie de un adulto que ve, en ellos, la corporización de sus más terribles e infantiles miedos, traumas, frustraciones, angustias. Poder destruirlos provoca satisfacción. La ilusión de haber podido dominar y vencer a algunos de los tantos monstruos que habitan la psiquis humana.
Falso. Dichos monstruos poseen control absoluto sobre nosotros. Nos dejan ser, un poco, no mucho. Y si nos atrevemos a revelarnos nos pican, muy hondo, causando dolores intolerables. Ni cuando morimos mueren, porque se los hemos transmitido antes, sin saberlo, a la generación siguiente. No hay palo o pie que los pueda aniquilar. Por eso nos vengamos, destruyendo seres externos semejantes a nuestras pesadillas internas. Y nadie gana en tan trágicas escenas.