27 dic 2008

Sweet Home.

Son las tres y media de la mañana. Estoy en mi casa natal. Vine a pasar las fiestas. Y a disfrutar en familia. Me siento protegido, contenido. Aromas, lugares, sabores e historias de mi infancia, resurgen y me acarician. Después de un 2008 muy movido, no existe mejor spa. Claro, uno llega a desenchufarse; pero aquí mi gente tiene su vida y sus preocupaciones diarias. Y ayudarlos, aunque sea por algunos días, en sus actividades, reconforta. Quisiera poder ayudarlos más. Ellos me han dado y dan tanto. Nos hacemos los independientes; sin embargo nos necesitamos mucho. La familia está compuesta, por los únicos seres con los cuáles contás realmente, de manera incondicional, a lo largo de la vida. Agradezco que el ser humano, no tenga uso de razón para elegir nido en donde nacer. En mi caso, siento que fui bendecido. Debemos valorar y cuidar nuestro núcleo familiar. A través de sus ejemplos, crecimos y desarrollamos una identidad, una particular forma de relacionarnos con el mundo. Huir de nuestros orígenes, es huir de nosotros mismos. Son las cuatro de la mañana. Estoy en mi casa natal. Feliz.

24 dic 2008

Natale Hilare Et Annum Nuovo!

Felicidades, felicidades. Parecemos robots programados para dar buenos augurios, repitiendo mensajes automáticos. Tántos buenos deseos, besos, abrazos, e-mails, mensajes de texto o por facebook, enviados a gente con la cual no hablás durante todo el año, o peor, con la cual te ves siempre. De repente, el espíritu navideño hace click en el programa salutaciones navideñas y no paramos de emitir mensajes pre-armados, aprehendidos a lo largo de la vida. Tarea agotadora. Están los personalizados: ¡Querida Cristina sos mi mejor amiga y te deseo muy felices fiestas! O el texto colectivo: ¡Feliz Navidad y Mejor Año Nuevo!, enviado a todos tus contactos. O sea, el mismo saludo de paz, amor y prosperidad para el portero, la tía, un compañero del laburo o tu mejor amigo.
Otra cosa: las fiestas DEBEN ser felices. Como si te apuntaran exigiéndote: ¡Más vale que tu Navidad sea feliz y que tu Año Nuevo sea mejor!
Comé feliz, conversá feliz, llorá feliz, deseá feliz, abrí regalos feliz, emborrachate feliz. Ambas fiestas son reuniones para comer y beber hasta reventar, sin culpa. Fieles a su origen histórico real. Ya que dichas fechas adquirieron carácter sagrado a posteriori.
Sobre todo en Argentina, ambas reuniones son en extremo justificadas. Después de algunas copas, nos olvidamos de la locura de ser argentinos bajo el yugo de un gobierno delirante.
Para mí, Navidad y Año Nuevo , son momentos de diversión, para compartir con los seres queridos, pero también, para darnos ese tiempo imposible, hoy en día, de introspección.Vivimos esclavos de un mundo tecnológico saturador, que exige respuestas inmediatas a miles de estímulos diarios, sin posibilidad de reflexión previa. Poder preguntarte si estás haciendo lo esperado o cuales cosas necesitás modificar. Si has logrado ser, al menos un poco, fiel a vos mismo. O al menos haber podido afirmar: “éste soy yo”.
Brindá entonces también, por y con vos; porque el alma es y será tu única compañía constante y tu cuerpo respira para sostenerte en el mundo.
Pasemos hoy una linda nochebuena, ya sea en familia, o en soledad positiva. Meditemos sobre nuestros roles en la vida y en que podemos hacer para que nuestro querido planeta deje de ser una tragicomedia, en donde los fabricantes de armas, ésta noche, brindarán con el mejor champán, mientras miles de personas padecen hambre y están enfermas, por no recibir cuidados básicos y no tener donde dormir. ¿Adónde va la navidad para ellos? La buena voluntad de las fiestas debe traducirse en hechos, en ayudar a mejorar la calidad de esas vidas y no ser sólo una costumbre social.
Vos tenés tu vida, yo tengo la mía. Hagamos, de una vez por todas, que cuenten.

21 dic 2008

Un cuento De Navidad.

EL ÚLTIMO SUEÑO DEL VIEJO ROBLE
Había una vez en el bosque, sobre los acantilados que daban al mar, un vetusto roble, que tenía exactamente trescientos sesenta y cinco años. Pero todo este tiempo, para el árbol no significaba más que lo que significan otros tantos días para nosotros, los hombres.Nosotros velamos de día, dormimos de noche y entonces tenemos nuestros sueños. La cosa es distinta con el árbol, pues vela por espacio de tres estaciones, y sólo en invierno queda sumido en un sueño; el invierno es su tiempo de descanso, es su noche tras el largo día formado por la primavera, el verano y el otoño.Aquel insecto que apenas vive veinticuatro horas y que llamamos efímera, más de un caluroso día de verano había estado bailando, viviendo, flotando y disfrutando en torno a su copa. Después, el pobre animalito descansaba en silenciosa bienaventuranza sobre una de las verdes hojas del roble, y entonces el árbol le decía siempre:- ¡Pobre pequeña! Tu vida entera dura sólo un momento. ¡Qué breve! Es un caso bien triste.- ¿Triste? - respondía invariablemente la efímera -. ¿Qué quieres decir? Todo es tan luminoso y claro, tan cálido y magnífico, y yo me siento tan contenta...- Pero sólo un día y todo terminó.- ¿Terminó? - replicaba la efímera -. ¿Qué es lo que termina? ¿Has terminado tú, acaso?- No, yo vivo miles y miles de tus días, y mi día abarca estaciones enteras. Es un tiempo tan largo, que tú no puedes calcularlo.
- No te comprendo, la verdad. Tú tienes millares de mis días, pero yo tengo millares de instantes para sentirme contenta y feliz. ¿Termina acaso toda esa magnificencia del mundo, cuando te mueres? - No - decía el roble -. Continúa más tiempo, un tiempo infinitamente más largo del que puedo imaginar.- Entonces nuestra existencia es igual de larga, sólo que la contamos de modo diferente.Y la efímera danzaba y se mecía en el aire, satisfecha de sus alas sutiles y primorosas, que parecían hechas de tul y terciopelo. Gozaba del aire cálido, impregnado del aroma de los campos de trébol y de las rosas silvestres, las lilas y la madreselva, por no hablar ya de la aspérula, las primaveras y la menta rizada. Tan intenso era el aroma, que la efímera sentía como una ligera embriaguez. El día era largo y espléndido, saturado de alegría y de aire suave, y en cuanto el sol se ponía, el insecto se sentía invadido de un agradable cansancio, producido por tanto gozar. Las alas se resistían a sostenerlo, y, casi sin darse cuenta, se deslizaba por el tallo de hierba, blando y ondeante, agachaba la cabeza como sólo él sabe hacerlo, y se quedaba alegremente dormido. Ésta era su muerte.- ¡Pobre, pobre efímera! - exclamaba el roble -. ¡Qué vida tan breve!Y cada día se repetía la misma danza, el mismo coloquio, la misma respuesta y el mismo desvanecerse en el sueño de la muerte. Repetíase en todas las generaciones de las efímeras, y todas se mostraban igualmente felices y contentas.El roble había estado en vela durante toda su mañana primaveral, su mediodía estival y su ocaso otoñal. Llegaba ahora el período del sueño, su noche. Acercábase el invierno.Venían ya las tempestades, cantando: «¡Buenas noches, buenas noches! ¡Cayó una hoja, cayó una hoja! ¡Cosechamos, cosechamos! Vete a acostar. Te cantaremos en tu sueño, te sacudiremos, pero, ¿verdad que eso le hace bien a las viejas ramas? Crujen de puro placer. ¡Duerme dulcemente, duerme dulcemente! Es tu noche número trescientos sesenta y cinco; en realidad, estrictamente hablando, eres un jovencito. ¡Duerme dulcemente! La nube verterá nieve sobre ti. Te hará de sábana, una caliente manta que te envolverá los pies. Duerme dulcemente, y sueña».Y el roble se quedó despojado de todo su follaje, dispuesto a entregarse a su prolongado sueño invernal y soñar; a soñar siempre con las cosas vividas, exactamente como en los sueños de los humanos.También él había sido pequeño. Su cuna había sido una bellota. Según el cómputo de los hombres, se hallaba ahora en su cuarto siglo. Era el roble más corpulento y hermoso del bosque; su copa rebasaba todos los demás árboles, y era visible desde muy adentro del mar, sirviendo a los marinos de punto de referencia. No pensaba él en los muchos ojos que lo buscaban. En lo más alto de su verde copa instalaban su nido las palomas torcaces, y el cuclillo gritaba su nombre. En otoño, cuando las hojas parecían láminas de cobre forjado, acudían las aves de paso y descansaban en ella antes de emprender el vuelo a través del mar. Mas ahora había llegado el invierno; el árbol estaba sin hojas, y quedaban al desnudo los ángulos y sinuosidades que formaban sus ramas. Venían las cornejas y los grajos a posarse a bandadas sobre él, charlando acerca de los duros tiempos que empezaban y de lo difícil que resultaría procurarse la pitanza.Fue precisamente en los días santos de las Navidades cuando el roble tuvo su sueño más bello. Vais a oírlo.El árbol se daba perfecta cuenta de que era tiempo de fiesta. Creía oír en derredor el tañido de las campanas de las iglesias, y se sentía como en un espléndido día de verano, suave y caliente. Verde y lozana extendía su poderosa copa, los rayos del sol jugueteaban entre sus hojas y ramas, el aire estaba impregnado del aroma de hierbas y matas olorosas. Pintadas mariposas jugaban a la gallinita ciega, y las efímeras danzaban como si todo hubiese sido creado sólo para que ellas pudiesen bailar y alegrarse. Todo lo que el árbol había vivido y visto en el curso de sus años desfilaba ante él como un festivo cortejo. Veía cabalgar a través del bosque caballeros y damas de tiempos remotos, con plumas en el sombrero y halcones en la mano. Resonaba el cuerno de caza, y ladraban los perros. Vio luego soldados enemigos con armas relucientes y uniformes abigarrados, con lanzas y alabardas, que levantaban sus tiendas y volvían a plegarlas; ardían fuegos de vivaque, y bajo las amplias ramas del árbol los hombres cantaban y dormían. Vio felices parejas de enamorados que se encontraban a la luz de la luna y entallaban en la verdosa corteza las iniciales de sus nombres. Un día - habían transcurrido ya muchos años -, unos alegres estudiantes colgaron una cítara y un arpa eólica de las ramas del roble; y he aquí que ahora reaparecían y sonaban melodiosamente. Las palomas torcaces arrullaban como si quisieran contar lo que sentía el árbol, y el cuclillo pregonaba a voz en grito los días de verano que le quedaban aún de vida.Fue como si un nuevo flujo de vida recorriese el árbol, desde las últimas fibras de la raíz hasta las ramas más altas y las hojas. Sintió el roble como si se estirara y extendiera. Por las raíces notaba, que también bajo tierra hay vida y calor. Sentía crecer su fuerza, crecía sin cesar. Elevábase el tronco continuamente, ganando altura por momentos. La copa se hacía más densa, ensanchándose y subiendo. Y cuanto más crecía el árbol, tanto mayor era su sensación de bienestar y su anhelo, impregnado de felicidad indecible, de seguir elevándose hasta llegar al sol resplandeciente y ardoroso.Rebasaba ya en mucho las nubes, que desfilaban por debajo de él cual oscuras bandadas de aves migratorias o de blancos cisnes.Y cada una de las hojas del árbol estaba dotada de vista, como, si tuviese un ojo capaz de ver. Las estrellas se hicieron visibles de día, tal eran de grandes y brillantes; cada una lucía como un par de ojos, unos ojos muy dulces y límpidos. Recordaban queridos ojos conocidos, ojos de niños, de enamorados, cuándo se encontraban bajo el árbol.Eran momentos de infinita felicidad, y, sin embargo, en medio de su ventura sintió el roble un vivo afán de que todos los restantes árboles del bosque, matas, hierbas y flores, pudieran elevarse con él, para disfrutar también de aquel esplendor y de aquel gozo. Entre tanta magnificencia, una cosa faltaba a la felicidad del poderoso roble: no poder compartir su dicha con todos, grandes y pequeños, y este sentimiento hacía vibrar las ramas y las hojas con tanta intensidad como un pecho humano.Movióse la copa del árbol como si buscara algo, como si algo le faltara. Miró atrás, y la fragancia de la aspérula y la aún más intensa de la madreselva y la violeta, subieron hasta ella; y el roble creyó, oír la llamada del cuclillo.Y he aquí que empezaron a destacar por entre las nubes las verdes cimas del bosque, y el roble vio cómo crecían los demás árboles hasta alcanzar su misma altura. Las hierbas y matas subían también; algunas se desprendían de las raíces, para encaramarse más rápidamente. El abedul fue el más ligero; cual blanco rayo proyectó a lo alto su esbelto tronco, mientras las ramas se agitaban como un tul verde o como banderas. Todo el bosque crecía, incluso la caña de pardas hojas, y las aves seguían cantando, y en el tallito que ondeaba a modo de una verde cinta de seda, el saltamontes jugaba con el ala posada sobre la pata. Zumbaban los abejorros y las abejas, cada pájaro entonaba su canción, y todo era melodía y regocijo en las regiones del éter.- Pero también deberían participar la florecilla del agua - dijo el roble -, y la campanilla azul, y la diminuta margarita -. Sí, el roble deseaba que todos, hasta los más humildes, pudiesen tomar parte en la fiesta.- ¡Aquí estamos, aquí estamos! - se oyó gritar.- Pero la hermosa aspérula del último verano (el año pasado hubo aquí una verdadera alfombra de lirios de los valles) y el manzano, silvestre, ¡tan hermoso como era!, y toda la magnificencia de años atrás... ¡qué lástima que haya muerto todo, y no puedan gozar con nosotros!- ¡Aquí estamos, aquí estamos! - oyóse el coro, más alto aún que antes. Parecía como si se hubiesen adelantado en su vuelo.- ¡Qué hermoso! - exclamó, entusiasmado, el viejo roble ¡Los tengo a todos, grandes y chicos, no falta ni uno! ¿Cómo es posible tanta dicha?- En el reino de Dios todo es posible - oyóse una voz.Y el árbol, que seguía creciendo incesantemente, sintió que las raíces se soltaban de la tierra.
- Esto es lo mejor de todo - exclamó el árbol -. Ya no me sujeta nada allá abajo. Ya puedo elevarme hasta el infinito en la luz y la gloria. Y me rodean todos los que quiero, chicos y grandes.- ¡Todos!Éste fue el sueño del roble; y mientras soñaba, una furiosa tempestad se desencadenó por mar y tierra en la santa noche de Navidad. El océano lanzaba terribles olas contra la orilla, crujió el árbol y fue arrancado de raíz, precisamente mientras soñaba que sus raíces se desprendían del suelo. Sus trescientos sesenta y cinco años no representaban ya más que el día de la efímera.La mañana de Navidad, cuando volvió a salir el sol, la tempestad se había calmado. Todas las campanas doblaban en son de fiesta, y de todas las chimeneas, hasta la del jornalero, que era la más pequeña y humilde, elevábase el humo azulado, como del altar en un sacrificio de acción de gracias. El mar se fue también calmando progresivamente, y en un gran buque que aquella noche había tenido que capear el temporal, fueron izados los gallardetes.- ¡No está el árbol, el viejo roble que nos señalaba la tierra! - decían los marinos -. Ha sido abatido en esta noche tempestuosa. ¿Quién va a sustituirlo? Nadie podrá hacerlo.Tal fue el panegírico, breve pero efusivo, que se dedicó al árbol, el cual yacía tendido en la orilla, bajo un manto de nieve. Y sobre él resonaba un solemne coro procedente del barco, una canción evocadora de la alegría navideña y de la redención del alma humana por Cristo, y de la vida eterna: Regocíjate, grey cristiana. Vamos ya a bajar anclas. Nuestra alegría es sin par. ¡Aleluya, aleluya, a Cristo nuestro Rey!Así decía el himno religioso, y todos los tripulantes se sentían elevados a su manera por el canto y la oración, como el viejo roble en su último sueño, el sueño más bello de su Nochebuena.

Volví Enojado. Pero Volví.

¡Regresé! ¡Y un par de días antes! Extrañaba mucho mi blog. Aunque todavía debo rendir un final para quedarme tranquilo. La nota anterior: "Ultimátum de un Varanus komodoensis", no pega mucho con el inminente clima navideño. Pero necesitaba publicarla porque hay gente mosquito, encargada, tal vez por una cuestión karmática, de molestar zumbando a mi alrededor. Yo no me meto con nadie. Sin embargo, algunas personas se piensan con el derecho de hacer comentarios peyorativos sobre mi vida. Es porque en el fondo, la anhelan. Una pena.
Algunos nacen para devorar vidas ajenas. Otros nacemos para enriquecer las propias.
Ahora, a concentrarse en pasar una navidad feliz y en proyectar un 2009 genial.
PD: El color rojo es por si las brujas.