4 nov 2009

Fragmentados.

En una noche de insomnio, hace poco, escribí este cuento. No sé si lo incluya en alguno de mis próximos libros; pero quiero compartirlo con los seguidores de mi blog.
Se titula
Fragmentados.
Sentado en su silla de madera vieja oscura y astillada estaba él. Ya no quería tomar su lágrima doble con escones de la panadería Don Vitto. Los escones más ricos del mundo solía decir. Tampoco prendió la tele para ver su serie preferida. Tomé el control remoto, busqué su canal.
-Mirá –le dije -, están pasando tu serie, ¡el hombre nuclear!
-Justamente – respondió con voz lejana.
-¿Justamente? ¿Qué pasa? –pregunté soprendida. -
Mamá, el hombre nuclear incorporó elementos biónicos a su cuerpo mutilado para suplir algunas de sus extremidades y órganos. De esa manera pudo ganarle a la naturaleza. Pero esa decisión lo llevó a convertirse en un ser fragmentado.
-¿Fragmentado? –pensé; luego respondí. -El no decidió eso nene. Si mal no recuerdo su Jefe ordenó convertirlo en robot o algo así mientras él dormía. ¡Basta hijo, tomá la leche, se te enfría!- Continuó hablando con la mirada fija en la pantalla.
-Mamá, la traducción al español del título de la serie “El hombre nuclear” es errónea porque todos somos nucleares si nos remitimos a la definición del diccionario: del núcleo de los átomos o referidos a él. En inglés es The Bionic man , la tecnología biónica esta compuesta por aspectos biológicos y aspectos electrónicos, también relacionado con lo nuclear pero diferente.
-Hijo, le pusieron ese nombre creo, porque Estados Unidos le tiró una bomba a los japoneses y querían demostrar como la energía nuclear, podía también ser útil para salvar una vida. Siempre hacen eso los yanquis, como con Vietnam. Todas sus malas acciones terminan siendo buenas a través del cine y me comés ya un esconcito, dale, mojalo en la leche como te gusta. - contesté. Percibí su poco interés en mi opinión. Y siguió:
-Fragmentado se refiere a porciones de un algo partido, fracturado, como los fragmentos de un texto o de un barco hundido. Podemos reconstruir la suma original aunque no tengamos todas las piezas. De esa manera ese origen se convierte en nuestro destino final. La muerte es nuestro límite, como en el tiempo regresivo de un juego, para reunir la mayor cantidad de partes posibles.
-Papito -agregué -, cuando morimos volvemos a esa unidad; porque volvemos a Dios. El cielo es como volver a la panza de mamá. Y la vida es acostumbrarse a andar como partes sueltas por ahí. Pero nunca estamos solos; porque tenemos la dicha de pertenecer a una familia. Antes de nacer vos y yo éramos una sola cosa. Y ahora sos un pedacito mío y de papá y yo de los abuelos. Y nos cuidamos unos a otros.
-El cielo… -exclamó como ido - y miró por la ventana. Aún era de día pero la luna ya estaba sobre los techos del pueblo.
Todo se enfrió. Quedamos a oscuras. Callados. Detenidos. Los escones estaban ya duros como piedras.
-No entiendo, -le dije. - ¿Cuándo dejaron de gustarte estas cosas? -¿Cuándo dejé de conocer … la puerta del patio que da a la cocina se abrió y entró como todas las noches Alberto.
-¡Paula! ¿Qué estás haciendo? -Me preguntó.
-Hablando sola mi vida -respondí sin mirarlo.
-¡Ya veo! ¡Con la luz apagada! ¿Y esta taza con leche fría? -Preguntó con una enorme sonrisa.
-¡Una lágrima doble! –grité y estallé en llanto. Alberto corrió a abrazarme.
-¿Qué pasa mi vida? -dijo con voz dulce.
-¡Nuestro hijo Carlos está en el cielo, eso pasa! -exclamé sollozando.
-¡Paula, Carlos está en el espacio! Es muy diferente. ¡Tú hijo es un científico! Es astronauta! – dijo y luego rió preocupado, mientras buscaba mi pastillero. -¿Tomaste la medicación, gorda? Te ponés mal si no la tomás. No jodamos con eso.
Alberto me calmó, como siempre. Tragué la pastilla sin ganas. Le llevé un café a su estudio y volví a la cocina. Puse de nuevo leche a calentar y miré por la ventana. Cuando hirvió, tomé una taza, serví la leche caliente en ella, puse una cucharada de café, revolví despacio. Dos cucharadas y media de azúcar. Soplé para enfriarla un poco y salí al patio. Miré hacia el espacio: mi estrella estaba allá pérdida, entre tantas, como yo esa noche -pensé-, mientras le daba un sorbo a aquella lágrima doble.
Derechos de autor registrado.

1 comentario:

pepa mas gisbert dijo...

Ay, las madres, siempre creen tener a los hijos con ellas, de hecho, creo que los tienen.

Saludos