14 ago 2008

Preguntas.

Hoy alguien de una empresa aseguradora me contaba: la edad promedio en donde comienzan los infartos es a los 45 años. Es cuando las presiones de éste sistema funcionalista y la competencia constante por ser mejor y más eficiente llegan a su punto máximo. Entonces la máquina se para. Dice basta. Mientras el pobre organismo nos sostiene en el presente, vive, respira, para funcionar lo más equilibrado posible, la mente oscila entre las frustraciones del pasado y las ansiedades del futuro. La mente no tiene en cuenta al cuerpo, o sea, nuestra única e irrepetible conexión con el mundo, con la vida. Y no lo cuidamos. No somos responsables, concientes de su fragilidad.
Como rumiantes, nos torturamos día tras día con pérdidas no superadas, errores, deseo insatisfechos o reprimidos, anhelos, metas, objetivos, etc. Mientras nos movemos de acá para allá y realizamos actividades de forma mecánica, como piezas de éste enorme reloj social, nuestro pensamiento vaga entre lo perdido y lo deseado. Nos preguntamos y repreguntamos: ¿Pido vacaciones? ¿Me voy una semana all inclusive a la Quebrada de Humauaca? ¿Envejecí? ¿Puedo bajar eso cinco kilos? ¿Estoy anémico? ¡Llegaré a ser Gerente? ¿Me darán el aumento? ¿Podré hacer la tesis? ¿Necesito retomar el gimnasio? ¿Llegaré a saldar la deuda? ¿Me compro un perro? ¿Notarán mi borrachera de anoche? ¿Estoy enamorado de la madre de mi mejor amigo? ¿Me masturbo poco? ¿Me falta sexo? ¿Me convierto al budismo? ¿Cambio el auto? Preguntas. Si les sacamos los signos de interrogación, se convierten en afirmaciones. Afirmar es aceptar, es accionar. Y eso es lo difícil, sobretodo para el ser urbano.
Así somos. Agotamos la batería, parados en un andén, con una maleta hinchada de preguntas, viendo como pasan los trenes, sin subirnos a ninguno.
Según algunos maestros orientales, la armonía se logra sólo cuando cuerpo y mente, unidos, están presentes en un mismo tiempo y espacio.
Nunca lo logré, no soy oriental, suelo amanecer con cara de culo, el caos del tránsito en Buenos Aires me tiene podrido, necesito ganar más dinero, no me banco a nadie. Así, quejoso, derrotista, como la mayoría de los porteños. Pero al menos escribo, reflexiono, valoro otras cosas, me cuido en las comidas, apuesto mi energía a la creación musical y literaria, hago un poco de actividad física, me tomo un buen vino de vez en cuando y le pongo onda, porque nací para algo, para trascender, para conocerte, para aprehender, para amar.
Hoy estoy. Hoy estás. Nada más cuenta. Ahí viene el tren. ¿Subimos?

No hay comentarios: