22 ene 2009

Puro Teatro.

Durante éstos últimos días me he sentido raro, aletargado. Tirado en un sillón, inmóvil, como un lagarto bajo el sol. Todo me aburría. Estaba fatigado, física y mentalmente, sin fundamentos concientes. Ayer tuve un casting. Nunca te lo conté pero también soy actor. Con enorme esfuerzo me preparé y fui. Di una audición para un personaje muy extraño. Los nervios avanzaron. No soy capaz de hacerlo, pensé. Llego. Al rato aparece el director y nos explica a todos los presentes: "Es una obra que combina el absurdo con lo tragicómico. El personaje es un hombre joven, criado sin afecto, solitario, que busca agradar a los demás. Es paranoico, místico y vive alucinado por las drogas. Deben buscar el absurdo y buscar el objetivo, o sea, ser aceptado." Misteriosos cables volvieron a hacer sinapsis en mi cabeza. Entonces entré a escena y un payaso monje, loco y drogueta brotó de mí: reí, salté, grité, me caí al piso, corrí, hasta que el director lo dispuso. Terminé sudando, feliz.
Más allá de la decisión final, de si doy o no para el papel, hacerlo significó revivir. Como un baldazo de agua fría. Reestablecí la conexión con mi cuerpo. ¿Adonde me había ido? Sólo ese Otro que vive en mí lo sabe. El ser humano es tan complejo. El Otro manda, decide, tiene sus propias y desconocidas razones. Lo que apenas conozco es la consecuencia, el envoltorio de un dulce exquisito y restringido. Decidí entonces, luego de esa prueba animadora, retomar mis clases de teatro; por vocación y para no volver a percibir tan lejano a mi habitante. Al fin y al cabo, soy su protagónico, con cadena perpetua, del ensayo a la escena.

No hay comentarios: